Como en casa

Mi blog vio la luz, el día 18 de octubre de 2012... Y vuelve a renacer hoy 13 de febrero de 2023. Espero que cuando me visiten se sientan como en casa, con la confianza de opinar sobre cualquier post, artículo o reseña. Se aceptan comentarios, correcciones y críticas siempre que sean escritas con educación, espero alimentarme de ustedes y viceversa. Creo en el continuo aprendizaje... aprendamos juntos.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

MÁS QUE JUEGOS... CAPÍTULO 1

Entró en el pub y miró hacia el fondo, en la última mesa se encontraba la persona que lo había citado con esa nota tan extraña. Caminó sin fijarse en las miradas apreciativas que le dirigían las mujeres. Llevaba dos días intrigado con esa cita, si no hubiera sido por que la nota mencionaba a Elisa, no estaría en ese momento ahí.
―Buenas noches, ¿eres Joanna? ―preguntó a la mujer que lo miraba fijamente.
―Sí…, y tú debes de ser Alec.
―Así me llaman ―contestó―. ¿De qué conoces a Elisa y por qué me has citado aquí? ―demandó sentándose sin pedir permiso.
―Puedes sentarte ―dijo con ironía Joanna, sonriendo al ver su gesto adusto.
―¿Qué quieres de mí? ―inquirió molesto―. No estoy para que me hagan perder el tiempo.
―Veamos, si no estoy mal informada, te llamas Alec Bennet, tienes treinta y cinco años y eres fotógrafo profesional. Estuviste comprometido con Elisa Mary Clarke, pero la relación terminó porque ella no aceptaba tus gustos sexuales… extremos―Hizo el gesto de entrecomillar la palabra extremos con los dedos, para dar más énfasis a la misma―, por llamarlos de alguna manera. ―Terminó y lo miró con sus fríos ojos azules.
―¡¿Cómo sabes todo eso?! ―exclamó furioso.
―Te recomiendo que te tranquilices, no soy tu enemiga y…, creo, que lo que te voy a decir te va a interesar.
―¿Quién eres y qué pretendes?
―Joanna Downer, la ex del hombre que está con Elisa.
Alec la miró sin comprender nada. «¿Qué pretende esta arpía?», se preguntó mientras la observaba detenidamente.
―¿Y…?
―Para explicarte lo que pretendo, necesito que me contestes a una pregunta.
―¿Cuál?
En ese momento, llegó un camarero y les preguntó si deseaban algo de beber; ambos pidieron sus bebidas y, enseguida, reanudaron la conversación. El pub tenía una tenue iluminación, lo que les permitía estar apartados de las miradas curiosas.
―¿Te gustaría recuperar a tu chica?
Jamás se hubiese imaginado que esa era la pregunta. «Recuperar a Elisa… ¿Tenerla a mi merced y poder castigarla por haberme abandonado? Claro que me gustaría, pero dudo que sea posible», se dijo.
―Depende de lo que tuviera que hacer para lograrlo ―contestó.
―Para romper esa pareja no servirá, solo, con hacerles sentir celos, eso no será suficiente... Lo que hay que hacer es romper la confianza que se tienen. Llevo muchos meses haciéndolos investigar y seguir, sé de lo que hablo. En su relación, lo más importante, además del sexo, es la confianza que ambos se tienen. Si la resquebrajamos, lograremos destruir lo que los une.
―¿Estás segura?
―Lo estoy; conozco a Charles..., además, sé por una buena fuente que ella, seguramente, se está enamorando, y él, quizás, también lo esté, pero ninguno lo ha admitido aún para sí. Eso nos da ventaja.
Alec sonrió por primera vez esa noche. Algo que había dado por perdido se le ponía en bandeja. Deseaba tener a Elisa de nuevo en sus manos y haría todo cuanto esa mujer le pidiese para conseguirlo.
―Eres retorcida…, me gusta ―afirmó alzando su copa―. ¿Brindamos por nuestra asociación? ―invitó.
―Brindemos. ―Chocó su copa con la de él y lo miró a los ojos―. Ambos queremos recuperar lo que teníamos y, para ello, debemos unirnos para destruir esa relación.
Bebieron en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos. No se conocían y, aun así, tenían algo que los unía.
―Perdona el atrevimiento; lo que no entiendo es ¿Para qué quieres a esa remilgada si no le va el sexo duro?
―Eso es problema mío y, en cuanto a mis gustos, todo se puede solucionar, con un poco de disciplina... ¿No crees?
―Tú sabrás. Yo solo quiero volver con Charles, es el mejor hombre que he tenido y sé que no conoceré a otro igual.
―Cada uno de nosotros tiene sus motivos. Una vez consigamos nuestro objetivo, seremos libres para actuar como nos dé la gana.
Intercambiaron sus teléfonos y algunas palabras sobre su plan para separar a Elisa y Charles.
―Así es. Cuando dé el primer paso te llamaré.
―Muy bien. Hasta entonces, Joanna.
―Adiós. ―Se terminó el resto de su copa de un trago, se levantó y se fue sin mirar atrás.
Hacía un año y, aunque parecía mentira, el tiempo había pasado. Ese día se cumplían doce meses desde aquella noche, en la que sus caminos se habían cruzado en una discoteca... Un año lleno de pasión, donde Elisa había descubierto, en manos de Charles, sus deseos más íntimos y su sexualidad, disfrutada en toda plenitud.
Pero a pesar de esa confianza, de ese grado de intimidad que habían alcanzado en tan poco tiempo..., algo estaba cambiando en ella. Muchos días se preguntaba qué eran. Solo amigos para el sexo, solo dos íntimos con derecho a experimentar todo lo que deseaban... ¿Solo eso?
No vivían juntos como pareja; a veces pasaban los fines de semana en casa de uno o en el apartamento del otro y, algún que otro día suelto entre semana, compartían algunas salidas con amigos que tenían en común o, si no, cada uno hacía su vida social; pero en el sexo, siempre estaban dispuestos a disfrutar con juegos compartidos o privados.
Elisa no tenía relaciones íntimas con otro hombre sin la presencia de Charles y, siempre, porque formaba parte de alguna de sus fantasías más calientes. Él, por el contrario, durante ese año se había acostado con dos mujeres en dos viajes, aunque, Elisa había participado en la distancia a través de la webcam. Había sido algo muy fogoso y excitante...
Aún podía recordar la mirada de Charles clavada en la suya mientras bombeaba en el interior de la mujer con la que estaba follando..., su mirada ardiente le decía que era a ella a quien sentía, a quien penetraba una y otra vez.
Fue algo muy visceral ver cómo Charles practicaba sexo sin dejar de mirarla, mientras ella se masturbaba para él y, entre gemidos, le suplicaba que le regalara todo su placer. Observar cómo, a punto de llegar al orgasmo, él se retiraba del interior de esa desconocida y quitándose el condón eyaculaba sobre la mujer, pero siempre con la mirada clavada en sus ojos y gritando su nombre. Solo recordando la escena vivida ya sentía la respuesta de su cuerpo, la necesidad de dejarse llevar y regalarle su éxtasis a Charles.
―Eli, ¿en qué planeta estás? ―preguntó su secretaria sacándola de esos ardientes recuerdos.
―¡Perdona, Inma!
―Nada, ya me gustaría a mí estar allí; por tu cara era un lugar muy placentero ―dijo con una sonrisa ladina.
―No puedo negarlo ―afirmó riendo―. ¿Para qué me llamabas?
―Perdona, tienes a Charles en la línea dos.
Sin perder tiempo, Elisa contestó la llamada. «¿Habrá recordado qué día es hoy?», se preguntó sonriendo.
―¡Buenos días!
―Preciosa, pero qué energía transmites esta mañana. Buenos días a ti también.
―Sí, hoy amanecí con mucho brío ―contestó riendo.
―Pues anoche me dejaste agotado, nena.
―Me encanta que nos agotemos juntos, lo sabes, cariño ―susurró con tono insinuante―. Pero, dime, ¿a qué viene esta llamada?, ya habíamos quedado para vernos esta noche.
―Lo sé y por eso te llamo. Siento tener que cancelar nuestra cena. Ha surgido una cita con un cliente a última hora y no sé lo que tardaré ―explicó.
Elisa se desinfló como un globo al que acababan de pinchar. Su alegría se evaporó al comprender que no recordaba ese día; que no entendía el porqué de su invitación a cenar y…, ella, que había pensado en llevarlo, luego, a la discoteca donde se habían conocido para rememorar juntos esa noche que cambió sus vidas.
―Eli, cariño, ¿me escuchas?
―Perdona, me he distraído con algo que me han traído ―mintió―. ¿No puedes cambiar esa cita? ―indagó.
―No…, quiero conocer a ese, supuesto, nuevo cliente.
―Tranquilo, qué le vamos a hacer… Llamaré a Marta y la invitaré a cenar, total, ya tengo la reserva.
―Nena, de verdad que lo siento mucho.
―Yo también lo siento, Charles, más de lo que crees. ―Su alegría se había esfumado, no podía seguir hablando más―. Hablamos luego, tengo mucho papeleo hoy.
Se despidieron y él quedó en llamarla, pero Elisa apenas escuchó nada de lo que dijo. «¿Por qué los hombres no recuerdan cosas tan significativas? ¿Será que no son tan importantes para ellos como para nosotras?», se hacía esas preguntas mientras marcaba el número de Marta.
―Hola, ¿a quién hay que matar a esta hora? ―preguntó Marta riendo.
―Yo sé de uno…, aunque mejor lo dejamos pasar. Loca, te llamo para invitarte a cenar y luego a unas copas. Bueno, seré sincera, acaban de dejarme tirada con la reserva hecha y no me da la gana de perderla. ¿Te apuntas?
―¿Charles te acaba de dejar tirada? ―preguntó incrédula.
―Sí, al parecer le ha surgido un cliente de última hora, pero…, no sé, su voz me ha sonado tan rara, titubeante… En fin, no me hagas caso.
―Eli, ¿él sabe qué día es hoy? ¿Se lo has recordado?
―No. Debería recordarlo él solo… Marta, hace solo un año, joder, que no es nuestro aniversario de matrimonio número veinticinco para que se despiste; bueno, eso tampoco tendría perdón.
―Tranquila, hablamos esta noche en la cena. Él se la pierde… ¡Hombres! ―bufó Marta.
Se despidieron y quedaron en que Elisa la recogería para ir juntas en un solo coche. Después de las llamadas, decidió no pensar más y se volcó en todo el papeleo que tenía sobre la mesa. Como agente de viajes siempre tenía mucho trabajo: cerrar grupos, buscar los mejores hoteles, paquetes de estancia en otros países…, y era una locura, aunque le apasionaba. Conocía a mucha gente y viajaba mucho, en definitiva, era un trabajo que le gustaba.
Terminó el reportaje que tenía esa mañana y, mientras recogía su equipo de fotografía, recordaba su reunión con Joanna. Estaba ansioso por que lo llamara y empezar así la caza. Se había arrepentido de dejar a Elisa, había fracasado con ella; por eso quería volver a tenerla y, luego, enseñarle la disciplina que tenía que haberle enseñado, desde el primer día que empezaron a vivir juntos.
―¡Alec!, menos mal que te encuentro ―dijo Gerard entrando al estudio.
―Hola, ¿para qué me necesitas?
―Anoche te pasaste con una de nuestras sumisas. ¡Te has vuelto loco! Tenemos normas y reglas, nosotros cuidamos de las chicas.
―No exageres, ella quería que le diera fuerte y eso hice. ―Lo enfrentó.
―¡Nuria te gritó la palabra de seguridad y no paraste! Eso es muy grave. Te ha denunciado en el club.
―No escuché nada, ella solo gritaba.
―Alec, ¿la escucharon otros y tú no? ―preguntó incrédulo―. Te lo advierto, si tienes otra denuncia más serás expulsado. Sabes que nuestro club se preocupa porque todo sea consensuado y, sobre todo, porque los Dominantes respeten las normas; para eso se fijan, no para que hagas lo que quieras.
―Tomo nota, pero estoy seguro de que ella retirará la denuncia cuando se calme. Yo le di lo que me pidió.
―Eres el Dominante más sádico que tengo en el club, no hagas que te eche. Porque ni la amistad que nos une te salvará. Además, si te soy sincero, cada día te desconozco más. ¿Qué te está pasando? Antes no eras tan violento.
―Mis gustos han cambiado, solo eso. No te preocupes, no volverá a ocurrir.
―Eso espero.
Gerard se fue con mal sabor de boca después de esa conversación, tendría que vigilar más de cerca a Alec, no le gustaba nada el cambio que se había producido en su amigo. Disfrutaba con la crueldad y no era satisfacción sexual, era satisfacción perversa de ver a otra persona sufrir al infligirle dolor; y eso no estaba dentro de los principios del club de BDSM que regentaba.
Alec maldecía a la puta que lo había denunciado. Se duchó y se vistió con pantalones negros, camiseta negra y una chaqueta de cuero. Cogió su moto y se fue a buscar a esa zorra. «No sabes con quién te has metido», pensó.
La cena fue divertida, con Marta nadie se aburría. Decidieron ir a tomar una copa y escuchar música. Elisa estaba no solo desilusionada, sino también cabreada porque en toda la noche no había recibido ni un mensaje de WhatsApp. Un día tan significativo se había estropeado completamente.
Llegaron a la discoteca a pesar de que hubiese preferido un bar, pero Marta tenía razón, el que se lo estaba perdiendo era Charles, por idiota. Había decidido divertirse, era libre, no tenía compromiso de exclusividad.
Se sentaron en un rincón vacío y pidieron sus copas. El ambiente estaba animado. No había mucha gente al ser día entre semana, pero sí la suficiente para pasarlo bien.
―Eli, hay dos ejemplares masculinos mirándonos fijamente desde la barra. Están tremendos y creo que no tardarán en venir hacia nuestra mesa ―comentó Marta sin dejar de mirar a los hombres.
―No he venido a ligar y, esta noche, no tengo ganas de relacionarme con ningún miembro de la especie masculina ―soltó mortificada.
Se llevó su copa a la boca y, cuando iba a dar un trago, se quedó paralizada. Sus ojos se abrieron incrédulos por la escena que veía a lo lejos. Sintió que todo su ser se enfriaba, era un frío que nacía desde dentro e iba cubriendo todo su cuerpo sin dejar ningún recoveco. Como si se hubiese congelado por dentro y por fuera, tanto era así, que sintió cómo temblaba a pesar del calor que la rodeaba.
―¡Eli!, ¿¡qué te pasa?! ―Marta le quitó la copa de la mano antes de que, debido a los temblores, se le derramara―. Estás helada, ¿qué te ocurre? ―preguntó, pero al no obtener respuesta siguió la mirada de Elisa y lo comprendió todo en ese instante.
―¡Será hijo de puta! No me lo puedo creer. ―La miró a los ojos y le dijo―: Eli, tiene que haber una explicación. Él no es así, además, está loco por ti.
Elisa parpadeó como saliendo de un trance, buscó su copa y le dio un trago largo. Necesitaba algo fuerte que la hiciera entrar en calor. No escuchaba lo que decía Marta, sentía un zumbido molesto en sus oídos y temía estar a punto de desvanecerse. Inspiró para serenarse y pensó que estaba exagerando las cosas. Ellos solo eran… ¿Qué?, pareja con derecho a follar o, como decían algunos, follamigos; una palabra que no era de su gusto. Nunca en todo ese año hablaron de exclusividad, aunque tácitamente había quedado claro que si follaban con terceros siempre participarían los dos, aun en la distancia.
Lo que le había causado esa reacción era la mentira, la excusa para cancelar la cita. Sentía que la confianza ciega que, hasta ese momento, había tenido en Charles, comenzaba a resquebrajarse. Una punzada de dolor se instaló en su pecho; el escozor de las lágrimas pugnando por salir, junto al nudo que se le había formado en la garganta, le decían que eso era más…, se sentía traicionada.
―¡Eli, por favor, dime algo! Grita, insúltalo, pero no sigas callada, me estás asustando ―suplicó Marta preocupada.
―Disculpa, es que ha sido algo que no me esperaba ver.
―No sé si has escuchado algo de lo que te he dicho, pero te repito que debe haber una explicación, Charles no te engañaría de esa manera, estoy segura.
―Lo que me duele es la mentira. Me dijo que tenía una reunión con un nuevo cliente que no podía cancelar.
―Bueno…, quizás ella es ese cliente ―insinuó Marta.
―Marta, por favor, ¿me vas a decir que han venido a cerrar un negocio publicitario a una discoteca…, a esta discoteca? ―Miró a su amiga con una mueca de incredulidad.
Volvió la mirada hacia donde estaba Charles hablando con una mujer joven y muy atractiva. No se veía actitud íntima, aunque sí se podía ver que se conocían, no era un nuevo cliente. Elisa se levantó y dejó su copa vacía en la pequeña mesa que tenía enfrente. Tomó su bolso y, decidida, caminó hacia ellos. Marta, al percatarse de hacia dónde se dirigía, la siguió.
Al llegar junto a ambos, se quedó al lado de Charles, que no había alzado aún su mirada hacia ella.
―Buenas noches, ¿interrumpo? ―habló sin dejar de mirar a la mujer que sonreía de forma irónica.
Charles dio un respingo al reconocer la voz de Elisa, se giró y alzó la mirada para confirmar que era ella; a su lado, Marta lo miraba con cara de pocos amigos.
―¡Eli, nena, qué sorpresa! No sabía que vendrías aquí. ―Se levantó para darle un beso en los labios, pero Elisa giró la cara y él terminó besando su mejilla.
―¿No vas a presentarnos? ―preguntó clavando su mirada en los ojos oscuros de Charles.
―Sí, perdona. Te presento a Joanna. ―Se giró hacia la mujer―. Joanna, esta es Elisa, mi chica.
Con parsimonia, Joanna se levantó y saludó sin dejar de sonreír.
―Encantada de conocerte. Charles me ha hablado mucho de ti. ―Se giró hacia Charles―. Querido, debe de ser extraño tener a tu chica y a tu exprometida, juntas.
El jadeo de sorpresa que salió de la boca de Elisa, lo hizo mirarla. Sus ojos se habían abierto y en ellos pudo ver decepción. Charles fulminó a Joanna con la mirada. «¿Por qué había tenido que añadir esa coletilla?; para molestar y hacer daño, muy típico de Joanna», se dijo.
Marta sujetó a Elisa del brazo, la sintió tambalearse como si le hubiesen dado un puñetazo; y podría decirse que así había sido.
―Eli, cariño, si quieres nos vamos. Yo ya había terminado de hablar con Joanna ―dijo él acercándose más a Elisa.
―Charles, todavía no hemos dejado nada en claro.
―¡Ahora no! ―exclamó con furia.
―No te preocupes, yo he venido con Marta a divertirme y eso es lo que pienso hacer. Tú sigue con tu ex, buenas noches.
Se dio media vuelta y se fue sin mirar atrás, Marta la siguió hasta la barra. Allí se pidieron dos copas más y Elisa se tomó la suya de un solo golpe.
―Para, Eli. Si bebes así terminarás borracha.
―Necesitaba esa copa, esto es como un mal sueño.
―¿Sabías que había estado prometido?
―Sí, él me lo contó…, y fue ella la que rompió el compromiso.
―Pues me ha dado la sensación de que aún se cree su dueña―confesó Marta.
―No entiendo nada. Me quiero marchar, no hago nada aquí.
―Será lo mejor.
Pagaron y se dirigieron hacia la salida, Charles las interceptó en la puerta.
―Eli, cariño, tenemos que hablar. No es lo que parece.
―No quiero hablar…, tú sabrás lo que es, yo me voy a mi casa ―dijo Elisa mirando la mano que sujetaba su brazo―. Suéltame ―exigió.
Charles la soltó y Elisa salió sin dirigirle la mirada. Marta se detuvo a su lado y observó su rostro, estaba preocupado.
―Pensé que eras diferente a los demás, pero me equivoqué. Eres igual de imbécil que la mayoría de los hombres.
―Marta, no es lo que parece. Es verdad que Joanna quiere contratar los servicios de la agencia para una campaña.
―Y tenías que quedar con ella hoy, precisamente hoy. ―Le clavó el dedo índice en el pecho―. Y para terminar de cagarla, no se lo dices a Elisa.
―Entiéndeme, si cancelaba la cena de hoy para decirle que iba a ver a mi ex, no hubiese sido muy inteligente de mi parte. Además, no entiendo qué tiene de especial este día ―musitó confuso.
―¡Hombres! ―exclamó Marta poniendo los ojos en blanco―. Veo que para ti no fue tan especial, como para Elisa, el día que os conocisteis. Buenas noches. ―Se fue dejándolo sin saber qué decir.

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