―¿Estás segura de que eso es lo que quieres? ―preguntó Ainhoa.
―Lo estoy, siempre he sentido esa necesidad, pero nunca me he atrevido a
satisfacerla ―explicó Eva.
―¿Y cómo piensas iniciarte, o entrar en esa cultura o cómo la llamen?
―Me da igual el nombre que le den, eso no es lo importante para mí. No sé
cómo explicártelo, pero deseo ser dominada, subyugada…, sólo con imaginarlo me
excito.
―Pues si lo necesitas, búscalo hasta que lo encuentres, ¿conoces a alguien
que te guie?
―Me han hablado de un hombre que instruye e inicia a sumisas, es un amo y
su nombre es Sebastián.
―¿Sabes dónde encontrarlo?
―Una conocida me va a llevar a una de sus clases como invitada.
―Espero que me cuentes todo, Eva. ―Ainhoa la miró fijamente―. No me atrae,
pero me intriga.
―Yo espero encontrar lo que deseo.
Eva se despidió de Ainhoa y se marchó a su apartamento, tenía que
prepararse para la visita al club Entrégate, y la clase con el amo. No podía
negar que estaba nerviosa, aunque lo deseaba y había leído mucho, los nervios
encogían su estómago, ¿Eran nervios o ansiedad?, se preguntaba.
Llegó a su casa, y mientras se dirigía a su habitación se iba desvistiendo
dejando un reguero de ropa desperdigada por el suelo, una vez en su cuarto se
miró en el gran espejo que tenía en una de las paredes. El mismo le devolvía el
reflejo de una mujer esbelta, con la piel color canela, unos pechos de buen
tamaño, ni muy grandes ni muy pequeños, llevaba el pubis totalmente depilado,
aunque sabía que a muchos hombres no les gustaba así.
Su rostro era anguloso, con facciones marcadas, unos labios gruesos, la
nariz recta y bien definida y, unos ojos oscuros como la noche más negra, todo
ello enmarcado por un cabello largo y negro como sus ojos. Sus amigas le decían
que era muy exótica, pero ella se veía normal. Posó una mano abierta sobre su
vientre, y sintió como temblaba este por los nervios de lo que iniciaría esa
noche.
Decidida, se giró y fue al baño a darse una ducha para empezar a
arreglarse, había quedado a las nueve con Natalia, no quería hacerla esperar.
Sebastián miraba por la ventana de su ático, en unos minutos se marcharía
al club, hoy tenía clase, elegiría una de las chicas para que fuera su sumisa
en prácticas en cada sesión. Aunque le gustaba iniciar a mujeres en su estilo
de vida, a veces se asqueaba cuando llegaban algunas por simple curiosidad,
pero sin ningún interés real. Muchas se pensaban que era sólo un juego para
salir de la monotonía de pareja, no entendían que era más que sexo, mucho más.
Se giró hacía la habitación iluminada sólo por la tenue luz de una lámpara
de mesa, caminó con paso decidido hacía el pequeño mueble donde tenía sus
gemelos y la corbata que se pondría esa noche, mientras se miraba al espejo se
fue colocando los gemelos negros, y ajustando los puños de la camisa gris perla
que llevaba, a continuación se colocó la corbata negra y se hizo el nudo con la
facilidad que daba la práctica. Una vez terminado, cogió su chaqueta negra del
galán de noche y se la colocó, cogió sus llaves y se marchó, no le gustaba
llegar tarde.
A primera vista Sebastián era un hombre misterioso, callado, y siempre
serio; no había mujer que no deseara ser suya aunque fuera por una noche, era
la personificación del caballero elegante, mezclado con una sensualidad innata
en él, que atraía todas las miradas. Sus cabellos eran color miel con vetas
doradas, y sus ojos verdes, intensos y soñadores, su rostro de mandíbula
cuadrada era impactante. A sus cuarenta años, se encontraba solo y no quería
volver a tener una pareja a su lado.
El club entrégate, era un lugar distinguido, decorado con un gusto
exquisito y donde se podía encontrar desde una iniciación en la cultura de BDSM
hasta sesiones privadas de sadomasoquismo. Todos los miembros disfrutaban de
sus instalaciones y podían llevar invitados a conocer y probar las mismas.
Eva observaba todo con lujo de detalle, sentía la adrenalina correr por sus
venas ante todo lo que sus ojos estaban admirando, hombres y mujeres vestidos
de cuero negro, algunos esposados, otros a gatas o de rodillas en posición
sumisa al lado de su amo. También había algunos practicando sexo. Era todo un
mundo nuevo por descubrir, y ella quería conocer sus límites, hasta donde podía
disfrutar. Quería sentirse viva, plena.
Natalia la guiaba por todo el enorme salón común y le explicaba todo lo que
se podía hacer en esa sala. Luego le enseñó cada una de las salas privadas,
algunas de ellas llenas de muebles que a priori parecerían de tortura, pero
para los miembros del club no lo eran; desde una cruz de San Andrés, potros,
cama de sogas, banco de castigos, caballetes, y todo lo que existía para
dominar y dar placer. También bajaron a las mazmorras donde había jaulas con
toda clase de artilugios para practicar sadomasoquismo.
Una vez terminado el recorrido, se dirigieron por un pasillo hacia una sala
apartada en la que se impartían las clases de iniciación, entraron y había tres
mujeres sentadas, Natalia saludó a dos de ellas, la otra también era invitada.
Se hicieron las presentaciones y procedieron a sentarse. Natalia le explicó a
Eva que tenía que mantener la mirada baja hasta que el amo les permitiera
subirla. Que siempre se le trataba de señor y con el debido respeto.
En ese momento se abrió la puerta y entró Sebastián, inmediatamente todas
bajaron la vista, él sonrió satisfecho. Se dirigió hacia la mesa que estaba
frente a las mujeres y se sentó sobre la esquina de la misma en una actitud distendida.
Sobre la mesa había una pequeña lista la cual cogió en sus manos, y leyó los
nombres que en la misma estaban escritos.
―Buenas noches a todas, veo que tenemos esta noche a dos invitadas.
―Buenas noches, señor ―respondieron todas.
Miró detenidamente hacía las dos nuevas, examinó su actitud e
inmediatamente supo que una de ellas no regresaría.
―Alicia, acércate con tu invitada y preséntamela.
Las dos mujeres se acercaron aun con la mirada baja, Alicia se arrodilló
frente a Sebastián y la invitada procedió a imitarla, estaba nerviosa.
―Señor, le presento a Rebeca, quiere conocer sus límites.
―¿Conocer sus límites?, Rebeca, crees que para eso necesitas venir aquí.
¿Qué buscas en realidad?
―Busco placer extremo, señor.
―Entiendo… ―Sebastián pensó que era otra mujer que por leer un poco, creía
que ese mundo era una fantasía para disfrutar―. Pueden tomar asiento.
A continuación, observó a la otra invitada, se la veía relajada y eso le
gusto mucho a Sebastián.
Eva sentía la mirada de ese hombre sobre ella e inexplicablemente eso la
tranquilizó, los nervios desaparecieron y se sintió bien. Su voz, la relajaba y
le daba seguridad al mismo tiempo, algo que nunca le había pasado antes. ¿Sería
porque aún no lo había visto?, se preguntaba.
―Natalia, acércate con tu invitada.
Se acercaron y se arrodillaron las dos al mismo tiempo, siempre con la
mirada baja. Sebastián sintió algo insólito, su cuerpo vibró con la cercanía de
la invitada, era como si la reconociera. Se quedó callado más tiempo de lo
normal, porque estaba intentando recuperarse de esa sensación. Sólo la había
experimentado con otra mujer, hace ya unos años, una mujer que lo marcó
profundamente.
El silencio en la sala era tan intenso que se escuchaban claramente las
respiraciones de las mujeres y todas estaban tranquilas, menos Rebeca, la de
ella estaba alterada, no soportaba la espera, era impaciente.
―Preséntamela ―pidió con la voz un poco ronca.
―Señor, le presento a Eva, ella quiere ser una buena sumisa para encontrar
un buen amo a quien entregar su confianza plena. Quiere sentirse dominada
plenamente, pero no sólo en el sexo.
―Eva, ¿Por qué estás segura de que es eso lo que quieres?
―El porqué no lo sé señor, solo sé que siento esa necesidad dentro de mí,
desde hace mucho tiempo, la necesidad de pertenecer a alguien, de complacer, de
dejarme guiar por esa persona con absoluta confianza…, solo con imaginarlo me
siento plena. ―explicó con tranquilidad.
La voz de Eva traspasó el cuerpo de Sebastián hasta llegar a su corazón, se
sintió aturdido, esa mujer estaba penetrando en él de una manera tan intensa
que lo asustaba.
―Veo que tienes muy claro lo que quieres… ―No podía dejar de mirarla, las
demás desaparecieron como si no existieran―. Eva, mírame. ―exigió.
Ella alzó su mirada lentamente y clavó sus oscuros ojos en los de
Sebastián, ambos lo sintieron, una especie de escalofrió recorrió sus cuerpos.
Eva estaba atada a esa mirada, una mirada que la dominaba, la subyugaba. La
intensidad de esos ojos verdes, que parecían querer descubrir todos sus
secretos, la tenían cautivada.
Supo sin lugar a dudas que quería pertenecerle a él, solo a él, quería ser
suya completamente. Era una certeza que le gritaba su cuerpo y su corazón, algo
que jamás le había pasado en sus treinta y tres años.
Sebastián estaba desarmado, esa mirada había dejado al descubierto su alma
vacía, por primera vez en años deseaba de nuevo a una mujer más allá del sexo.
Estaba aterrorizado, así de simple, toda su seguridad tambaleaba ante esos ojos
oscuros que lo observaban con confianza y admiración.
Se aclaró la garganta y apartó la mirada de ella, observó a las demás mujeres
e inspirando profundamente habló:
―Pueden regresar a sus asientos. Ahora pueden mirarme. ―Miró a las demás
eludiendo los ojos de Eva―. Hoy
hablaremos un poco de lo que un amo puede buscar en una sumisa. Cada pareja es
un mundo, y los límites los ponen ellos previo acuerdo. Es muy importante
establecer esos límites porque la confianza no se gana de un día para otro, se
trabaja, se demuestra y lo más importante debe ser reciproca, sino, no habrá
conexión entre Amo/sumisa.
―Señor, puedo hacer una pregunta ―interrumpió Eva.
Sebastián se vio obligado a mirarla y de nuevo sintió esa conexión.
―Sí, puedes, pero la próxima vez deberás esperar a que yo habrá la sesión
de preguntas, que siempre suele ser al final de la ponencia.
―Pido disculpas, señor ―dijo con la mirada baja y con total
arrepentimiento.
―Aceptadas, además eres invitada y tu anfitriona debió de instruirte mejor.
Pregunta.
―¿Es el Amo quién elige a su sumisa?
―La decisión es de la sumisa, el amo mostrará interés, pero sólo ella elige
y es muy importante que antes lo conozca, para eso están estos clubs donde
poder interactuar y conocer a varios Amos hasta encontrar aquel al que quieras
entregarte.
Eva asintió con la cabeza, estaba satisfecha con la respuesta porque ya
sabía a quien quería pertenecer en cuerpo y alma, y ese era Sebastián, pero ¿La
querría él?
―Natalia, como no has explicado todo a tu invitada, el castigo por la
infracción te corresponde a ti. Ve al rincón y ponte de rodillas contra la
pared, medita en lo importante de seguir las reglas.
―Lo haré, señor. Pido disculpas, señor.
―Aceptadas.
Natalia siguió las indicaciones y se puso a cumplir con su castigo, Eva se
sentía mal por su amiga, pero no podía hacer nada.
La clase continuó y Sebastián explicó que había muchos niveles dentro del
BDSM y que no se trataba sólo de sexo o placer sexual. Que para muchos sí,
únicamente lo practicaban de su habitación para dentro, lo cual era muy válido
y respetable, pero para otros no era suficiente, era un estilo de vida. Les
dijo que no era un honor tener un Amo, lo que era un honor era tener una
sumisa, porque para un amo, la entrega y la confianza de su sumisa lo era todo.
―Recuerden, el BDSM debe ser SSC (Sano, seguro y consensuado). Ahora iremos
a la sala común.
Terminaron y se fueron todas tras él a la sala común del club, allí
Sebastián buscó a algunos Amos que estaban solos esa noche y les pidió que
instruyeran en nociones básicas a las mujeres, Eva lo seguía tranquila,
dispuesta a complacerlo en todo, deseaba que él mostrara interés en ella,
porque ella sólo quería pertenecerle a él.
―¡Dimitri! ―gritó Sebastián llamando a su amigo.
―Hombre Sebastián, has terminado con las nuevas.
―Muy gracioso, ¿estás solo esta noche?
―Si lo estoy, ¿por qué?
En ese momento Dimitri vio a la mujer que estaba callada y con la mirada
baja al lado de Sebastián, la observó detenidamente, era muy hermosa y una
sumisa en potencia, sabía detectarlas. Luego volvió la mirada hacía su amigo y
también notó algo nuevo, interés. Después de más de cinco años al fin, la
mirada de Sebastián mostraba vida y no vacío.
―Esta es Eva, invitada de Natalia y quería que empezara por lo más
elemental. ¿Puedes empezar con ella?
―Puedo, pero también podrías tú.
La mandíbula de Sebastián se apretó fuerte, su amigo lo estaba tentando,
siempre lo hacía, pero esta era la primera vez que se sentía atraído por la
idea.
―En otra ocasión, hoy, por favor, encárgate tú.
―De acuerdo, pero tú estarás observando, esa es mi condición.
―Vale.
Dimitri se giró hacia la mujer, alargó la mano y acarició su cabello
oscuro, era suave al tacto, luego acarició su mejilla y al llegar al mentón la
obligó a alzar el rostro y mirarlo. Sus ojos eran felinos, oscuros y
misteriosos, era una mujer muy atractiva.
―Hola, Eva, soy el Amo Dimitri, a partir de ahora te referirías a mí como
Amo. No alzaras la vista del suelo si yo no te autorizo, ¿entendido?
―Sí, Amo.
―Muy bien. Ahora desnúdate, quiero ver tu cuerpo.
Aunque un poco nerviosa por exponer su cuerpo a todo el que quisiera mirar,
Eva siguió las instrucciones, la emocionaba saber que Sebastián la estaba
mirando. Cuidadosamente se quitó la falda negra que llevaba, y a continuación,
la camiseta roja, dejó las piezas de ropa sobre un sillón que estaba a su lado.
No sintió frio, la sala estaba caldeada y llena de gente; la música y el ruido
de látigos, cadenas y gemidos, inundaba el lugar.
Dimitri observó a la mujer, era esplendida, y sabía que sería una buena
sumisa, al mismo tiempo, no perdió de vista la reacción de Sebastián, sus
pupilas se dilataron a mirar el cuerpo semidesnudo de Eva y sus fosas nasales
se abrieron como queriendo aspirar su aroma.
―Quítate las bragas y el sujetador, pero no te quites las medias ni los
zapatos, así estarás muy sexy y quiero lucirte a todo el que quiera mirar.
Sabía lo que hacía, Sebastián era un hombre no dado a compartir a sus
sumisas, sólo con él había compartido a Verónica, su mujer, y lo había hecho porque
ella deseaba hacer un trío y deseaba ser follada por otro hombre mientras
Sebastián observaba. La amistad que los unía era muy antigua, eran como
hermanos, por eso fue el elegido para complacer a su mujer.
Desde que ella había muerto en un accident, su amigo no había tenido
ninguna sumisa, vivía solo, y cuando quería sexo venia al club y satisfacía su
necesidad física, pero su necesidad espiritual la había cerrado. No quería
volver a amar, puesto que ello conllevaba sufrimiento. Pero Dimitri había visto
resquebrajarse su indiferencia al observar a Eva, y él tensaría más la cuerda
para provocar a Sebastián.
Eva siguió las instrucciones, sentía la excitación recorrer su cuerpo
además de las miradas de todos fijas en ella, pero sólo la mirada penetrante de
él la estaba quemando y estimulando. La humedad que sentía en su sexo era la
prueba palpable del deseo que despertaba en ella ese hombre, pero no era solo
deseo físico, era más, quería hacerlo feliz, sentía que ese hombre no era
feliz, no sonreía mucho, y quería que volviera a sonreír, no entendía la razón
pero lo deseaba.
Se quedó quieta y con la mirada baja en actitud sumisa, Dimitri la observó
a placer, sentía su pene endurecerse, era una mujer exótica con esa piel color
canela, y ese cuerpo tentador. Se acercó y acarició uno de sus pezones que
respondió inmediatamente al estímulo, endureciéndose. Sintió como se aceleraba
la respiración de la mujer, sonrió para sí, jugaría con ella un rato y dejaría
a otros jugar, quería ver hasta donde soportaría su amigo que su mujer fuera
provocada por otros. Porque él sabía que para Sebastián esa era su mujer,
aunque este aún no se hubiera dado cuenta. Se la estaba comiendo con la mirada
y se empezaba a notar su estado de excitación.
―Arrodíllate, y chúpamela delante de todos, demuéstrame a mí y a los demás,
que serás una buena sumisa.
Eva se arrodilló y con manos temblorosas le desabrochó el pantalón, liberó
su pene ya erecto y lo cogió con su mano, era grande y estaba caliente al
tacto. Sin dejar de mirarlo lo acercó a su boca y empezó a introducirlo lentamente,
a medida que lo hacía ganaba confianza y lo lamía con ganas. Se sentía muy
excitada porque sabía que Sebastián la observaba.
Dimitri guiaba a Eva con una mano sobre su cabeza, estaba disfrutando, ella
era muy buena en lo que hacía, pero lo que más disfrutaba era de la cara de
Sebastián, estaba furioso, no podía disimularlo, y eso lo hacía feliz por su
amigo. Decidió ir un paso más allá. Retiró su pene de la suculenta boca de Eva
y se lo guardo dentro de sus pantalones, después buscaría con quien satisfacerse,
o quizás lo haría con ella.
Se sentó en el sillón que tenía detrás y le indicó a ella que se sentara
sobre sus piernas pero mirando a la sala. Colocó cada una de las piernas de Eva
sobre una de las suyas, y abrió las suyas para abrirla más a ella, exponiendo
su sexo a todas las miradas. Luego, con mucha lentitud, acarició sus pechos y
estimuló sus pezones haciéndola gemir de placer. Fue bajando despacio por su
vientre hasta llegar a su sexo totalmente depilado. Con los dedos tanteó y
abrió sus labios para exponer aún más su húmeda entrada. Acarició su clítoris
para crear más humedad en su centro. Eva gemía y se retorcía sobre Dimitri,
pero su mirada no abandonaba la de Sebastián.
―No te muevas, pequeña ―susurró Dimitri en su oído, luego miró al frente―.
¿Alguien quiere probar este manjar?
Enseguida se arrodilló entre las piernas de Eva un hombre alto y fuerte,
empezó a lamer su clítoris con ansias, haciéndola jadear y gemir, los ojos
querían cerrársele pero Dimitri murmuró al oído que no los cerrara, sino, sería
castigada.
―No tienes permiso para correrte, si lo haces, serás debidamente castigada,
¿has entendido?
―Sí…, Amo ―contestó entre gemidos de placer.
Sebastián estaba con los puños apretados por la furia que lo dominaba;
además de la excitación que sentía, la sangre corría veloz por sus venas, su
corazón latía desbocado, era como despertar de un letargo en el que había
estado sumido durante mucho tiempo. Observaba todo lo que Dimitri hacia y eso
lo estaba alterando porque esa mujer era… ¿Qué era?, se preguntaba.
La miraba como se retorcía de placer, como suplicaba en susurros mientras
otro hombre tomaba el lugar del primero y empezaba a lamerla con fruición, pero
Dimitri la estaba llevando a un límite muy duro para una iniciada, ella no aguantaría
mucho sin correrse, y él no quería que le diera ese orgasmo a nadie.
Sin percatarse de lo que hacía se acercó y tocó el hombro del que estaba
entre las piernas de Eva, este se retiró y dejó a Sebastián ahí de pie. Él
observaba su cuerpo cubierto con una fina capa de sudor, su respiración agitada
que hacía que sus pechos subieran y bajaran, sus pezones enhiestos que parecían
implorar por su boca. Bajo la mirada hacia su centro, totalmente expuesto,
donde se veía brillar la humedad y se apreciaba el clítoris excitado. Alzó la
mirada hacía el rostro de Eva, ella lo miraba con una confianza absoluta que lo
estaba subyugando. No se conocían, apenas habían intercambiado algunas palabras
en la clase, pero aún así, ella confiaba en él.
Sebastián se arrodilló entre las piernas de Eva, acarició sus muslos
envueltos en las medias de seda y sintió su estremecimiento. La miró a los ojos
y le dijo:
―Tu orgasmo es mío, tu coño, tus pechos y toda tú son míos, solo míos. ¿Lo
aceptas?
―¡Sí, señor! ―exclamó feliz.
Dimitri sonrió para sus adentros, estaba exultante por su amigo, al fin
despertaba de ese halo de tristeza que lo rodeaba, al fin volvía a la vida.
―Dimitri, ofrécemela, y dale permiso para correrse.
―Amigo, toma a esta sumisa, es toda para ti. Eva, déjate ir, pequeña.
Sebastián empezó a besarle el pubis mientras aspiraba su olor a mujer, quería
devorarla, probarla, pero también deseaba conocerla, adiestrarla, cuidarla y
protegerla. Acercó su lengua a la entrada de su vagina, y pasó esta, muy suavemente
por toda esa humedad que quería saborear. Eva jadeó y gimió fuerte, sabía que
estaba a punto de estallar en un orgasmo potente, porque sólo con ver su cabeza
entre sus piernas estaba a punto. Consciente de la necesidad de ella, acercó su
lengua al clítoris hinchado y presionó sobre el mismo, succionado fuerte.
Eva gritó su orgasmo mientras su cuerpo se convulsionaba y Dimitri
estimulaba sus pezones, Sebastián bebió todo su placer y supo que ya no podía
estar sin esa mujer. Era algo visceral, sin lógica, pero era así. Eva quedó
lacia sobre Dimitri, su cuerpo relajado, su respiración aún alterada, ella por
primera vez se sentía plena, viva.
Sebastián se levantó, y la ayudó a levantarse. Eva automáticamente bajó la
vista al suelo, y él acarició su cabeza.
―Buena chica ―susurró cerca de su oído―. Mírame Eva, voy a hacerte una
pregunta y quiero que me respondas.
Alzó la vista y se encontró de nuevo con esos profundos ojos verdes, sentía
que su mirada la absorbía, que su presencia la envolvía.
―¿Quieres ser mi sumisa? ¿Quieres que te guie? ¿Te entregarás a mí?
―Sí, señor. Lo quiero todo.
―Juntos descubriremos hasta donde queremos llegar, juntos marcaremos los
límites, ¿lo aceptas?
―Lo aceptó, señor ―contestó sin ninguna duda.
Un año después…
Un año había pasado desde esa noche en la que Eva entró en su vida para
volver a llenarla de colores, para sanar su corazón por la pérdida. Sebastián
había pasado por un proceso difícil durante ese tiempo, no solo guiar a Eva en
su sumisión, sino, aceptarla en su vida, pero sobre todo en su corazón.
Ella con su entrega y su confianza absoluta en él, fue derribando esa
coraza con la que él protegía su corazón, no podía evitar sentir miedo, miedo a
perderla, pero a pesar de haber intentado apartarla, no había podido estar sin
ella mucho tiempo, solo imaginarla en manos de otro hombre y un instinto de
posesión despertaba en él.
Entró en el apartamento que compartían desde hacía más de siete meses,
cerró la puerta y se dirigió hacía la cocina, hoy tendrían invitados a comer y
seguramente Eva estaba preparando alguna de sus exquisiteces.
En cuanto escuchó la puerta cerrarse supo que era Sebastián, enseguida se
quitó el mandil y se acercó a la puerta de la cocina, se arrodilló y bajó la
vista al suelo. Era su manera de agradecerle su amor, su protección, y ella se
sentía feliz de hacerlo.
Sebastián la encontró arrodillada como siempre que él llegaba, era tan
hermosa por dentro y por fuera…, y era toda suya. Se acercó y le acarició la
cabeza, entrelazó los dedos con su espeso cabello y tiró un poco hacia atrás
para hacerla elevar el rostro hacia él. Sus ojos se encontraron y sonrieron
entre ellos.
―Siempre que te encuentro así, siento deseos de secuestrarte y encerrarme
contigo en nuestro dormitorio horas y horas.
―Me gusta la idea, pero hoy no puede ser, señor.
―Pero si puedes chupármela para saciar momentáneamente mi deseo por ti…, y
tú, tendrás que aguantar hasta que estemos solos.
Eva procedió a satisfacer a Sebastián, sacó su pene del encierro en el que
estaba, y lo acarició con suavidad, pero con firmeza, mientras, sacaba la punta
de la lengua y lamía la cabeza con ansias. Le encantaba complacerlo, hacerlo
disfrutar. Él presionó sobre su cabello, instándola a metérselo todo en la
boca, y Eva lo complació, se entregó a ello con pasión y amor.
Los gemidos y gruñidos de satisfacción se expandían por todo el
apartamento, los movimientos se intensificaron y Sebastián gritó al correrse en
la boca de su mujer. Ella se lo bebió todo, era su placer, el que despertaba en
su Amo, su señor, su todo.
Después de recomponerse, Sebastián la instó a ponerse de pie, la abrazó y
la besó profundamente, compartiendo el sabor de su semen. Entre ellos no había
tabús, habían llegado en poco tiempo a un grado de confianza tal, que solo con
la mirada se entendían.
Eva terminó de poner la mesa y dejó todo preparado, fue a su habitación y
se encontró a su hombre recién duchado vistiéndose. Lo admiró a placer, siempre
aprovechaba los momentos en los que era libre para comérselo con los ojos a su
antojo. Él giró y la pilló mirándolo descaradamente, sonrió cuando ella le
guiñó un ojo y se metió en el baño.
Terminó de arreglarse y decidió que era mejor ir al salón y servirse una
copa, si se quedaba en el cuarto la tentación sería muy grande.
El timbre de la puerta anunció la llegada de los invitados, al acercarse a
la entrada Sebastián escuchó voces alteradas y se apresuró a abrir. Se encontró
con Ainhoa y Dimitri, ambos mirándose con mala cara uno al otro.
―¿Se puede saber qué ocurre? ―preguntó Sebastián intentando disimular la
risa que le provocaba verlos de esa guisa.
―Ocurre que este troglodita que tienes por amigo, porque me imagino que
será el famoso Dimitri; pues este imbécil ha tenido el descaro de besarme así
sin más.
―Sin más no, que primero te dije que te iba a besar, arpía ―soltó indignado
Dimitri.
Ambos entraron y se dirigieron al salón, Sebastián cerró la puerta e
intentó asimilar lo que le había dicho Ainhoa, ¿Dimitri la besó sin más?, pero
si él jamás había hecho algo así. ¿Qué estaba pasando aquí?, se preguntaba.
―Pero tú te estás escuchando, ¿desde cuándo por decirme o advertirme de
algo es sinónimo de que acepte que ocurra? ¡Escúchame guapo, yo no soy una de
tus sumisas, te enteras! ―dijo Ainhoa señalándolo con un dedo.
―¿Se puede saber a qué vienen esas voces, amiga? ―intervino Eva que acababa
de entrar al salón.
―Al troglodita esté Eva. Vaya amigos que tiene tu bombón, ya podían parecerse
a él en cuanto a educados y galantes.
―Educados ¿Contigo?, ¡Ja!, no me hagas reír. Con una arpía como tú.
Sebastián esta mujer es un peligro, mientras la besaba me mordió.
Ya no pudo contener por más tiempo las carcajadas y estas estallaron
mientras los tres lo miraban sin entender nada. Eva feliz de que sonriera,
Dimitri indignado con su amigo, pero al mismo tiempo divertido por la
situación, y Ainhoa incrédula de verlo reír a mandíbula batiente.
Eva se acercó a Sebastián y rodeó su cintura con sus brazos, lo abrazó
fuerte y él le devolvió el abrazó y le dio un beso suave en los labios.
―Ya está tortolitos, no nos restrieguen su amor…, Eva ven, vamos a la
cocina que te ayudo en lo que haga falta, dejemos a los hombres solos a ver si
se enfrían ―comentó Ainhoa mientras tiraba de su amiga.
Ambas se encaminaron hacia la cocina, aunque todo estaba dispuesto Eva
sabía que su amiga quería hablar con ella. Una vez dentro, Ainhoa cerró la
puerta y enfrentó a Eva.
―Todavía estoy temblando…, ese hombre es tan intenso ―expresó abanicándose
con la mano.
―De verdad que te beso así sin más.
―Sí, me baje del coche y sentí que me miraban, cuando giré me encontré a
ese hombre mirándome fijamente, sentía que me estaba desnudando con la mirada,
me entraron unos calores por el cuerpo… ¡Dios!, nunca me había pasado algo así.
―¿Y qué pasó después?
―Me encaminé hacia tu apartamento y sentí que me seguía, apresuré el paso
ya un poco asustada, pero él continuaba detrás de mí, cuando entre en el
edificio fui hacia los ascensores, de pronto lo sentí a mi lado, me giré y
efectivamente estaba mirándome con descaro y una sonrisa en la cara.
―Y… ―La animó Eva cada vez más intrigada.
―Le pregunté si me estaba siguiendo y me dijo que no, que venía a ver a
unos amigos, que era una coincidencia. Cuando entramos en el ascensor sentí
como si el espacio ser redujera a nuestro alrededor… Eva, yo estaba alterada y
excitada, esa mirada me estaba devorando…, cuando iba a darle al botón de tu
piso, nuestros dedos se encontraron en el mismo botón, nos miramos mientras la
puerta se cerraba. Él no soltó mis dedos, se acercó a mí y me dijo, voy a
besarte… y a continuación me comió la boca.
―Y cuando reaccionaste le mordiste, ese es el resumen, ¿no?
―Porque cuando me di cuenta me indigne, un perfecto extraño me dice que me
va a besar y se cree que yo tengo que aceptarlo sin más. Claro, cuando salí
furiosa del ascensor y vi que me seguía ya me enfrenté y le dije de todo. Luego
quedé como una tonta cuando el muy imbécil me dice que no me estaba siguiendo,
sino que sus amigos vivían en el apartamento 52, entonces me quedé parada
mirándolo y le pregunté si él era el famoso Dimitri.
―Mi pregunta es ¿Qué sentiste cuando te beso?
―Me sentí derretir Eva…, nunca me sentí así, pero a mí no me va el rollo Amo/sumisa.
No me gusta que me peguen ni que me aten ―musitó Ainhoa.
―No es un rollo, es un estilo de vida, pero con muchas variantes, puedes
vivirlo de una manera suave por decirlo de alguna forma, o llegar al extremo
donde predomina el Sado. Lo importante es el nivel de confianza y entrega que
demuestras a tu señor.
―Puedo entender que sea así para ti, pero… yo no me veo sumisa. ¿Sebastián
te ata?
―Sí, lo hace porque a mí me gusta y todo lo que me gusta a él le complace.
―¿Y los castigos son muy dolorosos?
―No, él sabe que no aguanto el dolor, por lo tanto, sus castigos son
otros…, por ejemplo dejarme adolorida por negarme un orgasmo.
―¡Madre mía!, y tú no te masturbas a escondidas, soportas ese castigo.
―Lo soporto por él, para demostrarle mi entrega y mi amor. Además, la
recompensa luego es mil veces más satisfactoria ―resumió con una sonrisa
brillante.
―Me lo puedo imaginar, viniendo de ese adonis que tienes no me extraña
nada. Eva, ¿no tienes miedo a perderlo?, es tan guapo, las mujeres babearan al
verlo.
―Sé que muchas mujeres lo desean, pero es que Sebastián no tiene ojos para
ninguna. Confió plenamente en él, no sé cómo explicártelo, es una conexión muy
fuerte la que hay entre los dos.
―Te envidio amiga, has encontrado lo que buscabas y eres feliz. ―Ainhoa le
dio un fuerte abrazo.
―Tú también lo encontraras, no te cierres a nada Ainhoa ―susurró
devolviéndole el abrazo―. Venga, vamos a servir la cena.
La cena trascurrió entre las charlas divertidas de Sebastián y Dimitri, y
las miradas que le lanzaba este último a Ainhoa, estaba tan sorprendido como su
amigo por lo que había hecho. Lanzarse así sobre una mujer no era su estilo,
pero con esa arpía no sabía lo que le había pasado, sólo que la deseaba como
hacía tiempo no deseaba a ninguna mujer. Lástima que ella no fuera sumisa, y
eso se le veía a leguas, no le iba nada que la controlaran.
―Amigos, quiero aprovechar esta pequeña reunión para pedirle algo a Eva.
―Sebastián interrumpió la conversación entre las amigas y llamó la atención de
su amigo.
Eva lo miró sorprendida, que quería preguntarle delante de sus amigos, no
había sospechado nada.
Sebastián se levantó y se acercó a un mueble del salón, abrió un cajón y
extrajo un pequeño paquete. Se dirigió hacia Eva y la miró fijamente, ella
estaba intrigada, no sabía de qué iba todo, pero al parecer sus amigos
sospechaban algo porque no parecían para nada sorprendidos.
―Eva, conocerte fue lo mejor que me pudo pasar. Eres lo más importante para
mí, tu entrega y tu confianza me demuestran el amor que sientes. Hoy hace un
año que te vi por primera vez, por eso es un día especial y pensé que era el
mejor para pedirte… ―Alzó la mirada hacia sus amigos, Ainhoa lloraba y Dimitri
sonreía―. Eva, mi amor ¿Quieres casarte conmigo?
Los ojos de Eva se llenaron de lágrimas que empezaron a derramarse por sus
mejillas, ese hombre la entendía como nadie, la complementaba en todo. Y ella
lo seguiría al fin del mundo.
Se levantó de la silla y se acercó a él, se arrodilló a sus pies y le dijo:
―Si quiero…, señor.
Sebastián dejó el paquete en la mesa y la cogió por los hombros para que se
levantara. La estrechó en sus brazos y le susurró que la amaba. Luego se apartó
de ella y le dio el paquete. Eva lo abrió y se encontró con un collar hermoso,
que tenía una plaquita en la cual ponía Sebastián y la fecha.
―Es un símbolo de que me perteneces, de que eres mía…, el anillo te lo daré
en privado.
Feliz, se giró para que él se lo colocara, era precioso, como una especie
de gargantilla trenzada en tonos plateados, del centro de la misma colgaba la
plaquita, al sentirla rodear su cuello se sintió feliz.
El resto de la cena trascurrió hablando de cuándo podría ser la boda, ambos,
le pidieron a sus amigos que fueron los padrinos de la misma, a lo que ellos
aceptaron, llevaban toda la noche lanzándose miradas incendiarias que a saber
cómo acabarían, pensaba Sebastián divertido.
Tomaron unas copas en la terraza, y charlaron de todo un poco, en un
momento en el que ambos hombres se quedaron a solas, Sebastián preguntó a
Dimitri:
―¿No crees que te estás metiendo con la mujer equivocada? Ella no comparte
nuestro modo de vida, lo entiende por Eva, pero no lo comparte.
―Lo sé, pero me hace hervir la sangre, que
quieres que te diga.
―Bueno eres mayorcito para saber lo que haces, pero a esa mujer no podrás
dominarla.
―Quien sabe amigo, quién sabe…, la vida te da sorpresas decía una canción.
Las mujeres entraron interrumpiendo la conversación, Ainhoa se despidió de
Sebastián y de Dimitri, pero este aprovechó para marcharse con ella. Cuando Eva
cerró la puerta sintió las manos de Sebastián rodear su cintura y este pegar su
cuerpo al de ella.
―Al fin solos ―susurró en su oído―. ¿Aun sigues excitada mi amor?
―Mucho.
―Vamos a la habitación, te quiero desnuda y acostada en la cama, abierta
para mí, el primero va a ser rápido, llevo toda la noche deseando estar dentro
de ti…, pero luego, disfrutaré de tu cuerpo a placer.
Eva entró y siguió las instrucciones de Sebastián, él se acercó a ella y
acarició su rostro, luego cogió una cuerda de seda negra del cajón de la mesita
de noche, agarró sus dos manos y las puso sobre su cabeza, las ató juntas al
cabecero de hierro de la cama.
La respiración de ella era la muestra de su agitación, sus ojos estaban
dilatados por el deseo, lo miraba fijamente mientras él se iba desnudando, su
cuerpo se presentó ante ella espléndidamente excitado. Sebastián se colocó a
los pies de la cama, la observó tendida con las piernas abiertas para él, con
el brillo de su excitación vislumbrándose en su sexo.
―¿Qué deseas, Eva?
―A ti, señor…, quiero ser tuya…, para siempre.